de un proceso iniciado con una cuarentena manipulada
políticamente que destrozó la economía y no frenó la circulación del virus.
“Somos un gobierno de científicos, no de CEOs” (Alberto Fernández)
“Si en esta situación gobernaba Macri hubiera sido un desastre” (Santiago Cafiero)
El plan, obviamente no podía funcionar. La emisión con que lo financió destruyó al peso y la parálisis prolongada, al aparato productivo.
Semejante estrategia, si se le puede dar ese nombre, desembocó en un colapso económico y en la caída de la imagen del presidente y de las opiniones positivas sobre su “gestión” en casi todas las encuestas.
En medio de este panorama desolador que terminó por inquietar a su mandante por la posibilidad de una derrota electoral el año próximo había, sin embargo, una luz de esperanza. Entre el electorado del conurbano una de sus políticas mejor calificadas era la de la lucha contra coronavirus y la compra de vacunas, según mediciones realizadas en la primera y tercera secciones electorales (ver Visto y Oído). Votantes muy críticos sobre su gestión y desesperanzados respecto del futuro de la economía, lo que rescataban era las medidas tomadas para mitigar la difusión del virus.
Ese capital muy probablemente quedó inservible después del grotesco episodio de la vacuna Sputnik. ¿Qué ocurrió? En primer lugar la suba de casos. En segundo, un presidente que llama a un funeral multitudinario sin cumplir los controles de la cuarentena que él mismo sigue prolongando y en tercero, un dislate a propósito de la adquisición de vacunas rusas que desenmascaró Vladimir Putin diciendo que él no se la va a poner porque es de riesgo para los que tiene más de 60 años. Precisamente los que con más urgencia la necesitan.
Fernández se contradice con soltura. Su criterio de verdad es sucesivo e ignora el principio de contradicción. A cada interlocutor le dice lo que quiere oír como aquel irrisorio Zelig de Woody Allen. Contribuye con entusiasmo a la confusión general y degrada la palabra presidencial no ya a “relato”, sino a fabulación. Esa es una de sus prácticas invariables. La otra es rebelarse un poco y después ceder a la voluntad de la vicepresidenta.
Pero esto no satisface a Cristina Kirchner, que comprueba que las consecuencias económicas de la gestión de su elegido empeoran. Las cifras oficiales sobre desocupación conocidas la semana última son demoledoras. Comparada con el tercer trimestre de 2019 la tasa de desempleo creció el tercero de 2020 dos puntos y las tasas de empleo y actividad bajaron cinco cada una. La cantidad de desocupados subió 8,5 puntos y las de ocupados y activos cayeron más de 10.
El Indec informó que el 40% de los trabajadores perdió el empleo o tuvo recorte de salarios y un 30% de los hogares dejó de consumir algún alimento esencial. El 75% recibió subsidios. A pesar de esta caída de ingresos y de las tarifas congeladas, la inflación de noviembre fue 3,2% y la de los alimentos 4%.
Mientras la economía baja hasta ese subsuelo el oficialismo sigue allanando la situación judicial de la vice. Se ocupa de conseguir una mayoría de dos tercios en el consejo de la magistratura para promover jueces benévolos. Trapicheos detrás de las cortinas que a nadie importan en Varela o José C. Paz.
Pero con eso no alcanza como quedó expuesto anteayer en el acto en La Plata en el que habló la vice. Su discurso fue arrasador; exigió que el gobierno ponga en línea salarios jubilaciones, precios y tarifas, esto es, le definió la agenda económica a Fernández. Sostuvo que la unidad peronista era importante, pero que la vuelta al poder había sido consecuencia de sus 12 años de gestión. Se reivindicó, se quejó del “lawfare” y tácitamente exigió que los funcionarios que tengan miedo “se busquen otro laburo”. Esto es, que los albertistas que disfrutan de cargos por los votos de ella la defiendan o se vayan. Todo un programa económico y político. Como el que Fernández no tiene, mientras deambula sin rumbo por el laberinto de sus errores y carencias sin encontrar la salida.