Bajo el mando de Vladimir Putin, el Kremlin se ha convertido en una fabrica de noticias falsas que se propagan por la web. (Reuters) |
Por infobae.- El Kremlin tiene un plan claro: intentar penetrar en las decisiones de otras naciones mediante novedosos métodos. Las campañas de desinformación rusas son exitosas. El referéndum de Brexit en el Reino Unido y el auge de los partidos de ultraderecha en Italia, Alemania y Francia son todos claros ejemplos de esto.
El método es conocido: el Kremlin, a través de la Agencia de Investigación de Internet y de Servicio Federal de Seguridad de Rusia, trabaja con granjas de trolls para armar las campañas. Estas incluyen mensajes destinados a crear información falsa pero verosímil: fake news. Estas noticias falsas se diseminan a través de millones de cuentas apócrifas y crean una narrativa que se vuelve masiva tendiente a afectar el pensamiento popular.
Sin embargo, el propósito del gobierno ruso va más allá de solamente influenciar campañas electorales. Según explica Alexander Klimburg, el Director de la Comisión Global sobre el Ciberespacio en el Centro de Estudios Estratégicos de La Haya, el objetivo es desestabilizar el orden liberal mundial.
En su libro The Darkening Web: The War for Cyberspace, Klimburg plantea que cuando uno imagina una guerra cibernética entre países, uno tiende a pensar en ataques virtuales que afecten la infraestructura de energía o que destruyan sistemas críticos para el funcionamiento de un país. Pero lo que hacen los hackers rusos es más sutil y efectivo.
Más allá de promover sus intereses ayudando a elegir líderes pro Putin, el Kremlin diseñó sus misiones de desinformación con el explícito propósito de generar conflictos internos para fomentar las divisiones sociales y deteriorar el pluralismo en los países occidentales.
El autor cuenta que hay una dosis diaria de informes falsos o distorsionados que parecen diseñados para explotar las divisiones en la sociedad y la política occidentales, especialmente en temas como la raza, la violencia y los derechos sexuales, y que son promulgados por grupos de operativos que se presentan como ciudadanos comunes en las cuentas de redes sociales. Al armar campañas de desinformación diseñadas específicamente para generar discordia, los rusos intentan utilizar la guerra cibernética como un arma psicológica contra las democracias liberales.
Apoyándose en el anhelo del pueblo ruso por volver a ser una país poderoso y central, un imperio, Putin creó una maquinaria que busca eliminar a la "competencia" usando la psicología en vez de las armas y cada vez tiene más efecto.
Antes soviéticos, ahora rusos, siempre imperiales
La caída de la URSS fue estrepitosa. Acostumbrados a ser imperio, los rusos sufrieron lo que Klumbirg llama "un golpe moral nacional". La humillación de ser derrotados por los estadounidenses afectó tanto la psiquis de los rusos que culquiera que les prometiera llevarlos allí sería elegido como líder. Y ahora vuelven al centro del escenario mundial, de la mano ni más ni menos que un ex agente de la KGB.
En ese sentido, Klimburg en The Darkening Web examina la evolución de la meta de Rusia después de la "humillación del colapso de la Unión Soviética" y el proyecto popular de Putin para socavar las democracias a nivel mundial. Basado en el hecho de que muchos rusos que vivieron la caída de la URSS tienen un sentimiento compartido de que los Estados Unidos armó una "guerra psicológica" contra su país, el presidente ha podido armar una narrativa negativa sobre las democracias liberales, y en particular la estadounidense.
La obra cuenta que el inconsciente colectivo ruso cree que la famosa "guerra de las galaxias" del presidente Ronald Reagan, conocida formalmente como la Iniciativa de Defensa Estratégica, no fue más que un arma psicológica que se utilizó para aterrorizar al pueblo soviético y obligarlos a gastar dinero que no tenían en armamento innecesario. El autor dice que ellos lo describen como un ejercicio de control reflexivo: "Un proyecto de investigación falso con gastos exorbitantes que fueron fabricados por la administración de Reagan para incentivar una carrera armamentista que terminaría dejando en bancarrota a la Unión Soviética".
Klimburg explica que ellos se sintieron "burlados" por los estadounidenses. El legado de ese resentimiento está muy presente y se ve reflejado en los agentes que trabajan noche y día para darle contra quienes ellos responsabilizan por la humillación soviética.
En el contexto de ese sentimiento nacional de vergüenza fue que Putin asumió como presidente. Y tomó la iniciativa. Después de que adquiriera las riendas del poder en el año 2000, este se enfocó en establecer el respeto por su visión de Rusia como una potencia global. Más medido y cauteloso -por lo menos al principio- que los anteriores líderes del Rusia, este supo consolidar todo el poder ejecutivo y asentarse como la versión alternativa a las democracias de occidente.
Utilizando una retórica que evocaba a los zares de la Rusia imperial, el actual presidente fue habilidoso para convencer a su pueblo de que ellos pertenecían al mejor pueblo del mundo que había sido arrebatado del escenario mundial por la codicia y mentira capitalista estadounidense. Una vez instalado este relato, el presidente utilizo su poder para organizar una represalia contra los gobiernos de occidentales que tanto lo criticaban.
La estrategia de Putin
En The Darkening Web Klimburg indica que, al ser aplicada a nivel nacional como un instrumento de control político e internacionalmente para avanzar en una estrategia de desestabilización, "la doctrina del ciberdominio de Moscú es ominosa y cada vez más efectiva". Para darle apoyo numérico a esta afirmación, el autor cita un estudio realizado en 2015 que concluye que "los usuarios rusos de Internet se han acostumbrado tanto a la narrativa de Internet del Kremlin como una herramienta de las potencias occidentales que dos de cada cinco rusos desconfían de los medios extranjeros y casi la mitad de los rusos creen que los sitios web de noticias extranjeras deben ser censurados".
La estrategia se enfoca en propagar una noticia falsa o una mentira verosímil, de modo que esta narrativa tome una "vida por sí misma" y sea diseminada por cientos de miles. Al volverse masiva, esta empezará a aparecer en portales de noticias, lo cual ayuda a darle legitimidad. Esta entonces se transformará en algo que los medios más grandes deberán cubrir, incluso si es para desmentir la información. Pero el daño ya está hecho: cientos de miles o millones de personas leyeron o vieron la "noticia falsa" y ahora están convencidos de que era cierta.
Complementando su máquina de propaganda, la agencias del gobierno ruso emplea a cientos de trolls de Internet para difundir desinformación y publicar comentarios antagónicos en los medios occidentales, mensajes como "¡Putin hace que Obama parezca débil!".
De esta manera, el Kremlin pudo convencer a cientos de miles de estadounidenses que Hillary Clinton había enviado a matar a Seth Rich, un ex empleado del Partido Demócrata.
O que los inmigrantes musulmanes habían creado "zonas prohibidas" en Londres, instigando sentimientos de xenofobia justo antes del referéndum del Brexit en el Reino Unido. Y sin importar que estas noticias eran absolutamente falsas, suficiente gente se las creyó y compartió en las redes sociales que no solamente afectó el pensamiento de muchos en la urnas, sino que todavía hoy muchos las creen.
Rusia además ha aprovechado la era digital, que elimina las fronteras políticas, para crear sus propios medios de comunicación para contar su punto de vista alternativo para los extranjeros.
La cadena de televisión anteriormente conocida como Russia Today cuenta con un presupuesto -alrededor de USD 300 millones anuales- que se puede comparar con el de los mayor grupos de medios de comunicación del mundo, como BBC o Fox News. En palabras del presidente ruso, RT está decidido a romper el "monopolio anglosajón en las corrientes de información global". Además, Sputnik News, que le pertenece a la agencia estatal de noticias, ha crecido exponencialmente en los últimos años.
Ucrania, el epicentro de una guerra informática
Cuando Klimburg escribía su libro, las noticias de la anexión de Crimea estaban todavía frescas en su memoria, por lo cual utiliza el caso de Ucrania para mostrar el doble peligro que presentan los hackers rusos: el ataque pseudo-militar, concebido desde la destrucción de los sistemas de infraestructura energético; y el uso de el control reflexivo a través de las campañas de desinformación.
En diciembre de 2015, durante el empuje del ejército ruso en Ucrania, el autor señala: "Ucrania se convirtió en el primer país en sufrir un ciberataque verificado a gran escala en su infraestructura crítica. Más de 225,000 ucranianos perdieron la luz y la calefacción en pleno invierno cuando un ciberataque deshabilitó parte de la red eléctrica del país." Pero el ataque no fue tan devastador como podría haber sido. Seis horas después, todos habían recuperado la luz y el efecto sobre la infraestructura fue reparable. Sin embargo, el ataque tuvo un claro propósito: dejarle saber tanto al gobierno de Ucrania como a sus ciudadanos que eran vulnerables al Kremlin.
Pero, nunca faltó a su método para "desinformar y dividir", el autor cuenta que la "ofensiva de guerra de propaganda rusa" fue fundamental para la ocupación de Crimea en 2014 e incluyó afirmaciones inventadas de que los bebés habían sido crucificados por soldados ucranianos. "La filosofía de Rusia del conflicto de información es mucho más antigua que la de los Estados Unidos", observa Klimburg. "En muchos sentidos, el surgimiento del ciberespacio ha dado nueva vida a la antigua estrategia militar soviética".
Además de lograr el objetivo de convencer a gran parte de la parte este de Ucrania de las "atrocidades" de sus compatriotas, la campaña ayudó a construir una imagen de Putin como un líder que defendería los derechos de todos los ciudadanos ucranianos de Crimea. Aparte de que muy posiblemente haya habido fraude electoral durante el referéndum del 2014, Klimburg no descarta que una buena cantidad de residentes de Crimea hayan votaron en contra de los intereses de su pueblo a favor de unirse al regimen de Putin porque habían sido así persuadidos por la dezinformatsiya rusa.
A pesar de que no Klimburg no ofrece ninguna soluciones claras, el autor hace hincapié en el hecho de que todos, como sociedades que tienen acceso al Internet, debemos tener mucho cuidado con lo que leemos y como lo usamos. El Kremlin busca sembrar discordia en regímenes liberales porque es en estos donde se permite la libertad de opinión. Y eso es un derecho que debemos valorar, "sin dejar que nuestros distintos opiniones nos vuelvan enemigos".