HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

martes, 21 de junio de 2016

EL TRAIDOR INFILTRADO QUE LE DA ODIO A LOS KIRCHNERISTAS.


     Por Pablo Mendelevich/La Nación.- El top ten de las explicaciones de los kirchneristas sobre la propia corrupción probablemente esté encabezado por aquella que brota de sus bocas como un reflejo fisiológico. Son dos palabras, descerrajadas en tono inquisitorio: "¿Y Macri?". Quien se tome el trabajo de hurgar en los archivos liminares de la década ganada verá que el formato "¿Y Macri?" tiene considerable antigüedad, hasta podría decirse que condensa toda la política anticorrupción del kirchnerismo. Antes de que aparecieran los Panamá Papers la causa de las escuchas telefónicas que mantuvo a Macri procesado había sido puesta al servicio del empate de cuanta sospecha de corrupción hubiere, cualquiera fuera su tamaño: Antonini Wilson, Skanska, la tercerización de los trenes, los negocios en la importación de energía, el reparto de la publicidad oficial, Fútbol para todos, Sueños Compartidos, el PAMI, la Administración de Programas Especiales con la apropiación de fondos para remedios oncológicos, Ciccone y las demás tropelías de Boudou, los desmanejos de Aerolíneas, el ostensible enriquecimiento del matrimonio Kirchner, sus hoteles vacíos pero rendidores, la efedrina comerciada en la secretaría que debía prevenir la drogadicción, el dólar a futuro y el fraude con los viáticos en los viajes presidenciales, entre otros.
Nunca fue posible conocer la opinión profunda de un interlocutor kirchnerista sobre cualquiera de estos asuntos, la explicación sobre cómo pudieron ocurrir, ni si ocurrieron, sin que se interpusiera a modo de escudo protector el contraataque diluyente, la supuesta participación de Macri en el caso de espionaje porteño a su ex cuñado Néstor Leonardo y al opositor Sergio Burstein. Causa en la que Macri, finalmente, fue sobreseído en diciembre por el juez Sebastián Casanello. Los Panamá Papers hicieron un relevo automático. El dogma exculpatorio "corruptos somos todos", que revive en el comunicado de CristinaKirchner de la semana pasada, pues, no es nuevo. Lo nuevo es que ella por primera vez habló de corrupción. No tuvo más remedio que referirse a "lo que está pasando" (textual) y nombrar al "ingeniero López", para, por fin, purgar su "¿y Macri?" de rigor. La corrupción de Macri, explicó en las conclusiones, es "infinitamente más profunda aún (sic), y sus efectos más terribles: la aplicación de planes políticos y económicos que enajenan el patrimonio nacional, endeudan el país y someten a la miseria a millones de Argentinos" (el gentilicio con mayúscula es uno de los errores ortográficos del original de Cristina Kirchner). Ante la absurda aclaración de que ella no le había dado el dinero a López, algo que nadie había siquiera supuesto, y el atrevimiento de que pidiera explicaciones en vez de darlas, pasó inadvertido el detalle de que la ex presidenta nunca escribió que ella repudia, rechaza o condena lo sucedido con López. Lo que puso fue: "palabras como repudiar, rechazar o condenar no alcanzan". 


Como entre los 280 mil vocablos del castellano no encontró ninguno que expresara lo que ella quería decir para explicar lo que le producía el caso López, sólo dejó asentada su queja a la lengua de Cervantes. A ver si para el próximo López la Real Academia incorpora un verbo condenatorio que esté a la altura. José López , con todo, produjo un giro copernicano en la dirigencia kirchnerista, hoy marchita. La hizo mencionar por primera vez a la corrupción y manifestar -exceptuada la jefa- un abanico de rechazos enérgicos, tan airados, tan ampulosos, tan feroces que resulta difícil entender por qué no pudieron soltarlos antes para aliviar la presión visceral que debía asfixiarlos. Durante la era K la palabra corrupción superó en omisiones a inflación, lo que no es poco decir. En 2010, cuando Cristina Kirchner llevaba casi tres años sin haber dicho nunca corrupción en público, el diario Perfil recabó opiniones de psicoanalistas con la ilusión de descubrir allí mecanismos profundos de negación. Los psicoanalistas, como era de esperar, hablaron de angustia, de evitar el sufrimiento, de un inconsciente represor. Así como ella nunca les dio las condolencias en nombre del Estado a las hijas del fiscal Alberto Nisman, tampoco pudo redactar en forma taxativa, vaya uno a saber por qué, un repudio al acto de su secretario de Obras Públicas de trasnochar para resguardar en las penumbras nueve millones de dólares dentro de un monasterio. 

 El relato K se basó en un primitivismo en el cual aquello que el líder de la tribu no nombra no existe, pero ahora la tribu se desdobló. Muchas de sus figuras eligieron sus propias palabras para acreditar lo que antes negaban, ignoraban o empardaban en forma banal. Ninguna dijo "estábamos equivocados, las denuncias públicas y judiciales que llevan años eran ciertas", incluido, desde luego, el dato grotesco de ese ir y venir de bolsos y valijas con millones de dólares procedentes de la obra pública que había dado a conocer Jorge Lanata, a quien durante años llenaron de insultos. Sólo faltó que López desenfundara una balanza portátil y pesara los bolsos por televisión antes de arrojarlos. Ahora reapareció la palabra asco, por primera vez aplicada respecto de uno de los propios. Recuérdese que al kirchnerismo le había dado asco cinco años atrás la mitad de los porteños, en palabras del artista Fito Páez, por haber votado a Macri. Asco por López dijeron sentir, entre otros, José Ottavis, Hernán Brienza, Alejandro Dolina y varios intendentes kirchneristas. Pocas palabras como esta aplicadas a una persona son tan severas, lo cual podría llevar al equívoco de pensar que si en una comunidad un corrupto da asco la corrupción está acorralada. En realidad este calificativo feroz concentrado sobre el caricaturesco López, cuya torpeza dejó sin coartada a los protectores más imaginativos, sólo apunta a consagrar el enfoque "proyecto bueno López malo" para cerrarle el paso a la evidencia de una corrupción kirchnerista sistémica. 

La ferviente antimacrista Gabriela Cerrutti, por caso, ajustó su enojo con el arrojador de bolsos al virtuosismo que, ella entiende, tuvo el gobierno anterior. Dijo que le daba asco lo de López y "ojalá vayan todos presos los que aprovecharon un gobierno nacional y popular para robar y hacer sus negocios". ¿Y si López hubiera aprovechado para robar un gobierno que a gusto del observador es reaccionario y entreguista? Más sutil, el diputado Héctor Recalde no dijo que López le daba asco, lo asoció con algo que para el común de la gente es asqueroso: la pedofilia. "Si la Iglesia resistió a cuántos curas pedófilos, por qué no vamos a resistir nosotros a un par de corruptos", dijo. Si es por resistir, lo que por ahora resiste el bloque que comanda Recalde es el allanamiento a la casa del ex ministro y actual diputado Julio De Vido . Desde luego que a esta altura nadie espera encontrar demasiado en la casa de De Vido; pero allanarse al allanamiento, si cabe la expresión, demostraría al menos que el Frente para la Victoria no es cómplice de los sospechosos. O que en el kirchnerismo no hay arzobispados intocables cuando se investiga a un obispo pedófilo. La demonización concentrada del arrojador López consiguió en Hebe de Bonafini, como no puede sorprender, la prosa más alzada. 

También la que pone más en evidencia las rajaduras del relato. Hebe apeló al lenguaje ideologizado de la derecha y la izquierda peronista de los setenta para tildar a López de infiltrado, además de traidor y chorro, esto último lo menos discutible. Infiltrados eran para la ortodoxia del peronismo los jóvenes de la Tendencia y de Montoneros, FAL, FAP y FAR. A su vez estos grupos radicalizados que imaginaban a un Perón marchando con ellos hacia el socialismo describían como infiltrados a los llamados burócratas sindicales. Los infiltrados de los setenta no eran sujetos cuentapropistas sino orgánicos, sectoriales, detrás de los cuales había ideas antagónicas que se dirimían a tiros. La pregunta para Hebe es hasta qué punto el enemigo habrá conseguido infiltrar con más López al impoluto proyecto kirchnerista, sobre todo considerando que José, el arquetipo, pasó 25 años pegado a los Kirchner y nadie le notó el más mínimo afecto por las coimas.

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