HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 14 de noviembre de 2015

LA CÁMPORA NO LOGRA EMULAR A ORSON WELLS.


    Por Eduardo Fidanza/Para La Nación.- En la noche del 30 de octubre de 1938, miles de norteamericanos fueron arrastrados por el pánico, ante un supuesto hecho que muchos interpretaron como el fin del mundo. La causa del terror fue el anuncio en un programa de radio de una invasión marciana que amenazaba a la civilización. Hadley Cantril, un psicólogo social que investigó el fenómeno, lo describió en estos términos: "Mucho antes de que la transmisión concluyera, millares de personas rezaban, lloraban, huían frenéticamente para no morir a manos de los marcianos. Por lo menos seis millones escucharon la audición. Por lo menos un millón de ellas se sintieron asustadas o perturbadas. Probablemente nunca antes tanta gente, en todas las esferas de la vida y en todos los rincones del país, fue tan súbita e intensamente perturbada como esa noche". Este acontecimiento se convirtió en un caso de estudio para la sociología del conocimiento y la ciencia de la comunicación. El terror había sido inducido por una versión, adaptada para la radio, de La guerra de los mundos, la famosa novela de H. G. Wells. El guionista y protagonista del relato fue un joven artista al que el hecho catapultaría a la fama: Orson Welles, luego célebre actor, director y productor de cine. Welles transformó la novela en un noticiero en el que se informaba sobre la caída de meteoritos, donde se ocultaban naves marcianas que propagaban gases tóxicos de efecto letal. Por lo visto, muchos no escucharon la aclaración inicial de que se trataba de una representación, y se desató el pánico.
El talento de Welles no fue ajeno al fenómeno. Su vívido relato estremeció a la población: "Esto es lo más terrible que he presenciado jamás. Es la experiencia más extraordinaria. No puedo encontrar palabras...". El interés de los especialistas que abordaron el caso se centró en un par de interrogantes: ¿por qué tanta gente creyó algo tan extravagante? ¿Por qué otros no lo creyeron? Las conclusiones de Cantril apuntaron a la confianza en la radio, entonces el principal medio de comunicación, y al nivel de instrucción e información de las personas, debido a que los más crédulos fueron los menos informados y educados. También especuló con la posibilidad de que los años de recesión económica hubieran llevado a la gente a creer que la invasión marciana era la coronación de una larga racha de infortunios. En cualquier caso, aquel programa radial fue un estímulo para implantar una emoción primaria como el miedo, que es universal y permanece agazapada, resistiendo el paso de las épocas. La apelación al miedo constituyó un rasgo de la campaña que termina. El kirchnerismo convirtió al temor en estrategia. Los votantes no fueron asustados con una invasión marciana, sino con una amenaza apocalíptica: si gana la oposición se anularán todos los beneficios obtenidos durante estos años. Un folleto de La Cámpora describe el alcance de la desgracia: se perderán la salud, la educación, el trabajo, la jubilación y el futuro. El verdugo será el candidato opositor si llegara a presidente. 


No se tratará de gases venenosos, sino de decisiones fulminantes, e igualmente mortales, que retrotraerán al país a un tiempo de injusticia. De este modo, La Cámpora y sus socios, con el afán de provocar miedo, están desdibujando una táctica más razonable que el candidato oficial promueve casi en soledad y con desesperación: discutir dos modelos presuntamente distintos de política económica y social. El problema de la estrategia del miedo es que no logra arraigar. Toda campaña electoral es una disputa para imponer creencias. Gana el que las induce mejor en el electorado. En este caso, más del 60%, que votó a candidatos opositores, no creyó que ellos provocarían las calamidades que los militantes K les atribuyen. Esa forma de terror democrático acaso incurra en una ingenuidad, característica de los dogmatismos: suponer que el miedo siempre lo generan aquellos a los que se designa como enemigos. En la última fase de la campaña va quedando claro cuánto pavor -y cuánta banalidad- proviene de adentro del régimen. Allí están Aníbal Fernández, Axel Kicillof, Hebe de Bonafini y José Pablo Feinmann para atestiguarlo. 

"Fuego amigo", lo bautizaron, con indulgencia, los diarios. Franz Neumann, agudo estudioso del totalitarismo, explicó que los gobiernos cesaristas requieren una teoría de la conspiración para explicar la historia. Para ellos, incitar a la angustia consiste en anunciar la catástrofe que se abatirá sobre los pueblos si se impusiera una fuerza alternativa. En ese empeño, sólo se necesita una semilla de verdad, como puede representarla un trauma social. Por eso, la teoría de la conspiración kirchnerista se alimenta de la pobreza que provocó en los asalariados la crisis de principio de siglo. Si como dice Cristina "todo tiene que ver con todo", entonces, Macri, por pertenencia de clase, es el sujeto ideal para personalizar el complot. Sin embargo, la mayoría de los votantes, enrolados en la oposición, rechaza este razonamiento. Y lo impugna con un humor del que carecían los norteamericanos en 1938. Descree de conspiraciones marcianas acechando a la civilización. La sobreactuación de la militancia despierta escaso apoyo. Por suerte para la democracia, los muchachos de La Cámpora no logran emular a Orson Welles.

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