Por Ignacio Zuleta/Ámbito.-
El peronismo puso en revisión urgente la estrategia electoral nacional y en los principales departamentos después del balance provisorio de los resultados en distritos como Salta y Chaco. Cristina de Kirchner apuró, en las últimas 72 horas, reuniones con gobernadores y caciques partidarios de todo el país, con quienes armó una mesa de arena para localizar las posiciones del oficialismo y la oposición en los distritos que pueden volcar la suerte del poder desde el 10 de diciembre.
La primera percepción que transmitió la mesa chica de Olivos fue la necesidad de revisar la estrategia de avanzar en unas PASO presidenciales con dos candidatos y otras en Buenos Aires con tres. El achicamiento de los postulantes a la sucesión de Daniel Scioli ha adelantado ya ese criterio. Queda ahora por decidir si, al final, el peronismo irá a las primarias del 9 de agosto con Scioli y Florencio Randazzo o si precipitará un regreso a la tradición peronista clásica: una lista única de candidatos.
Esa decisión la tomará el peronismo horas antes del 20 de junio, fecha cuando vence la inscripción de las candidaturas y depende de lo único que motiva estos rumbos: cuál de los candidatos tiene la mejor chance de ganar la elección.
En esa mesa chica no hay ningún escenario que diga que ese candidato no es Scioli. La idea de ponerlo a la cabeza de una lista única se refuerza con otro criterio que discutió la mesa chica en Olivos en las últimas horas: ¿cuál es la ventaja de llevar a Scioli y a Randazzo a primarias cuando el riesgo es que el titular del día siguiente diga que, aun sumando el peronismo la mayoría de votos, el candidato individualmente más votado puede ser Mauricio Macri? El efecto de ese escenario en un sistema político estragado por el marketing es un pasivo que le costará al peronismo remontar hacia el 25 de octubre.
Las PASO son un sistema que ideó el Gobierno de la Alianza para perjudicar a la oposición: no llegó a aprobarse antes de 2001, lo perfeccionó el Gobierno de Eduardo Duhalde, pero lo suspendió pese a que se había sancionado la ley. Lo redondeó el ciclo Kirchner al aportar la clave: sólo valida la candidatura del ganador e invalida a los perdedores, que quedan impedidos de participar después en la elección. ¿Les sirve eso al Gobierno y al peronismo? Sólo en la campaña, para identificar a amigos y a enemigos, pero no a la hora de formar el ticket final que irá a las urnas. La única interna del peronismo fue la de Menem-Cafiero en 1988 y los dejó tan escaldados que nunca más la repitieron.
¿Por qué hacerlo ahora?
El análisis de los resultados en el Chaco han revelado cómo el sistema puede comprometer más a la oposición: allí se demostró que el arco opositor que se puso detrás de la radical Aída Ayala -una más que buena candidata- no sirvió para ganarle al oficialismo, que la venció por más de 60 puntos. Es una prueba de cómo el sistema puede embromar a la oposición en el momento de enfrentar al oficialismo. En la liga PRO-UCR discuten ahora la posibilidad de que en el interior haya muchos conservadores que voten a un radical, y viceversa. En el Chaco no ocurrió; eso no invalida el método de aliarse, pero sí expone sus límites.
El corolario de esta decisión, tomada más que en serio en el vértice del Gobierno, es además la posibilidad de remediar el principal problema del peronismo y que arrastra desde 2013: no tener un candidato arrasador en la provincia de Buenos Aires, un mal que tienen, de paso, todos los demás partidos. Haber exhibido a Randazzo como presidenciable le ha dado tanta visibilidad que cualquiera de los precandidatos supérstites -Julián Domínguez, Fernando Espinoza, Aníbal Fernández- no puede superarlo como postulante a la silla de Scioli. Sólo Cristina de Kirchner podría hacerlo, pero con el riesgo de exponer al peronismo al escenario de 2013 que hizo prosperar a la oposición: su continuidad en la primera línea del poder. La bisagra que determinó la elección de aquel año era la propuesta de frenarla para un nuevo mandato. Que corriera ahora como candidata a gobernadora sería un desafío al dictamen que formuló alguna vez Eduardo Duhalde cuando vaticinó la derrota de Néstor Kirchner en las legislativas de 2009: nunca dejés que todos tus enemigos se junten contra vos.
La dificultad de encontrar un candidato importante en Buenos Aires no es nueva para los partidos en las últimas dos décadas, pero principalmente del peronismo, que tiene allí la mayoría de votos. Cada vez que debió ir a una elección necesitó buscarlo en otro lado, salvo en el caso de Duhalde. Carlos Ruckauf, Felipe Solá y Scioli son productos de importación, vienen todos de la Capital Federal. No es sencillo encontrar un candidato que represente a esa provincia que, en realidad, contiene por lo menos a tres núcleos con demografías diversas y contradictorias entre sí: el conurbano, el interior, las grandes ciudades como La Plata, Mar del Plata o Bahía Blanca. Haber "nacionalizado" a Randazzo como presidenciable lo ha convertido en un postulante idóneo para representar a esa variedad. Los trenes corren por toda la provincia, después de todo.
Si se encuentra ese candidato en Buenos Aires, el peronismo habrá resuelto el primer problema que ha arrastrado hasta ahora. El segundo está en marcha: es la necesidad de licuar la figura de Sergio Massa que se había parado sobre el voto peronista, el mismo padrón del peronismo que gobierna. Ha sido el otro desafío que ha debido enfrentar Scioli y que se va cumpliendo con intendentes y caciques que regresan a la querencia con lamentos como el de Humberto Zúccaro: "Yo estaba con Massa para ganar. Con lo que mide ahora, ¿adónde me lleva?".