Por Fernando Gutierrez - Gonzalo Chicote/iProfesional.-
Es el impuesto más impopular y el que más complicaciones políticas le genera al Gobierno. Sin embargo, hay un "motivo inconfesable" por el cual resulta difícil dar un alivio. A diferencia de otros tributos, por los que se recauda menos en momentos recesivos, su protagonismo es cada vez mayor
Todos hablan del Impuesto a las Ganancias. A tal punto que parecería que es el factor que puede inclinar la balanza para determinar si el fin de año se vivirá con paz social o con turbulencias.
En las negociaciones sindicales que se desarrollan en estos días, el reclamo de un alivio en este impuesto -por la vía de elevar el "piso" a partir del cual los asalariados empiezan a tributar- se transformó en gran protagonista.
Se lo menciona incluso con más insistencia que a la reapertura de paritarias, que a un bono de fin de año o que a las "sumas puente".
El tema tiene tal fuerza que ha unido lo que el kirchnerismo desunió: las facciones rivales de la CGT, que unificaron su discurso.
Antonio Caló espera el regreso de Cristina Kirchner a sus funciones para recordarle su promesa de "derogar la cuarta categoría del impuesto", mientras trata de calmar a su base del sindicato metalúrgico, que está al borde del conflicto.
Al mismo tiempo, Hugo Moyano salió de su silencio (había manifestado su temor a ser acusado de "desestabilizador") para retomar su discurso favorito: el anuncio de protestas si no hay un alivio en este tema.
"¿Qué tienen que ver las paritarias si gran parte del porcentaje que se logra en estos acuerdos se lo lleva el Gobierno a través de este impuesto al trabajo?", disparó el sindicalista.
La situación es de por sí reveladora de cómo este gravamen ha dejado de ser una preocupación exclusiva de una minoría de empleados -que conforman la parte superior de la pirámide de ingresos- y ya afecta a una vasta porción de asalariados de nivel medio.
Fuentes del gremio ferroviario que están en estos momentos negociando su situación salarial, indican que este año el efecto de Ganancias implicó que, por este concepto, la AFIP se quedara con un sueldo y medio del ingreso promedio de cada empleado.
Lo cierto es que, a esta altura, el reclamo es tan fuerte que hasta da la sensación de que sería relativamente fácil para el Ejecutivo aliviar las tensiones sociales.
Bastaría con un pequeño gesto -por ejemplo, eximir del impuesto al cobro del medio aguinaldo de diciembre- para que se generase un cambio de clima. Más aun, el Gobierno no sólo lograría desactivar las protestas gremiales sino que hasta tendría una mejora en su imagen ante la opinión pública.
Sin embargo, en pocos temas se ha mostrado tan rígido e inflexible como en este. Hasta ha habido señales, en los últimos días, de que toleraría otras medidas que antes resistía -como la reapertura anticipada de las paritarias- con tal de que Ganancias quede tal como está.
Y es ahí donde surge la gran pregunta: ¿por qué hay tanta resistencia a dar, aunque más no sea, un pequeño alivio si una medida en ese sentido le traería beneficios al oficialismo?
En definitiva, ¿no toca Ganancias porque no quiere o porque no puede?
Cada vez más Ganancias-dependiente
La explicación, en realidad, viene por este lado: en un momento de gran debilidad fiscal, el Impuesto a las Ganancias -por el tipo de tributo- es un ingreso del cual Cristina Kirchner no puede darse el lujo de prescindir.
Es que no solamente representa una parte importante de la recaudación, sino que su relevancia es creciente respecto de los demás impuestos.
Los números son elocuentes:
-En 2009, representaba un 19% del total de la recaudación.
-En 2010, significaba el 20%.
-En 2013, el 21%.
-En lo que va de este año ya es 23%
Y su tendencia es creciente. En sentido inverso, otros tributos -como el IVA o el impuesto al cheque- han tenido una importancia relativa descendente (ver gráfico).
Si se miran apenas las variaciones porcentuales podría acaso parecer que las mismas son menores, pero lo cierto es que cada punto en el ingreso total representa $12.000 millones en el año.
Ahí empieza a quedar más claro el empecinamiento oficial por sostener el impopular impuesto.
Pero eso no es todo, porque cuando se analiza la evolución de la composición interna del gravamen, se llega a otra conclusión más inquietante: la proporción que corresponde a los asalariados está creciendo en importancia respecto de la porción que pagan las empresas.
En 2007, cuando Cristina Kirchner asumió la presidencia, el rubro de la cuarta categoría -es decir, la parte de Ganancias pagada por personas físicas- representaba un 30% del total del impuesto. En la actualidad, esa cifra subió hasta significar un 45 por ciento.
El impuesto más perverso
¿Cómo se llegó a la realidad de hoy día, en la que se observa una dependencia tal que el Gobierno no puede renunciar ni un centavo de esta recaudación?
Por un lado, claro, está la situación general de la economía. El deterioro fiscal ya es inocultable, con los ingresos creciendo a una tasa del 34% mientras los gastos lo hacen al 44%.
"El déficit fiscal de este año superará los $170.000 millones, equivalente a 4% del PBI", pronostica Ramiro Castiñeira, analista de Econométrica, al tiempo que advierte que casi la mitad de ese "agujero" se produce, justamente, en estos dos últimos meses del año.
En otras palabras, hay una cuestión de "timing" incómoda: justo cuando Cristina más necesita disponer de "caja", los sindicatos intensifican su reclamo para el alivio impositivo.
Un informe de la Fundación Mediterránea da cuenta de que, mientras hace un año el ingreso de AFIP le permitía al Gobierno financiar el 89% del gasto, ahora apenas alcanza para pagar el 82% de las obligaciones.
El resto, ya se sabe, se financia con emisión monetaria o con endeudamiento.
Estos números explican la preocupación gubernamental por no prescindir del dinero que le dejan los impuestos, pero no alcanzan por sí mismos a explicar por qué Ganancias, en particular, se ha vuelto más vital que nunca.
Y aquí es donde entra el componente "perverso": a diferencia de los demás, que crecen cuando la economía va bien y se achican cuando la actividad se enfría, Ganancias tiende a mantenerse siempre al alza.
¿Por qué ocurre esto? Porque su recaudación depende, básicamente, de la inflación. A mayor nivel, más se recauda, independientemente de si el salario real crece o disminuye.
"Esto sucede porque, al dejar inamovible el piso del impuesto y no ajustarlo por el índice inflacionario, entonces la base imponible aumenta", afirma Diego Giacomini, economista jefe de la consultora Economía & Regiones.
"No solamente hay gente que antes no tributaba y ahora empieza a hacerlo, sino que además los que ya estaban alcanzados suben de categoría; entonces el que antes pagaba 20% pasa a pagar 35%", completa.
En la misma línea, Ariel Barraud, del Instituto Argentino de Análisis Fiscal, apunta a la gran diferencia entre Ganancias y el resto de los tributos.
"En los últimos años, el crecimiento de los diferentes impuestos internos es muy pro-cíclico", afirma, en relación a que todos los rubros tienden a variar en el mismo sentido que el PBI.
Es decir, en un momento como el actual, todos tienden a disminuir en términos reales. Pero admite que, en el caso de Ganancias, el componente inflacionario se muestra más relevante que el de la actividad productiva.
La Fundación Mediterránea difundió un trabajo de Marcelo Capello y Néstor Grión, en el cual se demuestra cómo es el único tributo que está evolucionando por encima de la variación del PBI.
La investigación desmenuza las cifras de octubre pasado y se observa que en ese mes el ingreso por este concepto fue un 63% mayor al de un año atrás, lo que implicaría un crecimiento real de 15% cuando se depura el efecto de la inflación.
Y aporta otro factor para el análisis: Ganancias ha incrementado su recaudación real como consecuencia del "adelanto" que se les cobra a quienes compran "dólares ahorro" y a los que pagan con tarjeta cuando viajan al exterior. Como no todos los turistas hacen luego el trámite para reclamar la devolución del recargo, entonces ocurre un incremento real, como si la tasa hubiese aumentado.
Este concepto explica casi un punto porcentual del total recaudado en el mes.
Probó y no le gustó
Esta situación obliga al Gobierno a elaborar un discurso político que justifique su falta de flexibilidad ante los reclamos.
En los últimos días, el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, ha reiterado el argumento oficial que siempre ha defendido la Presidenta: es un impuesto que afecta a una minoría de privilegiados que ganan los salarios más altos del país.
"El impuesto alcanza al 10,9% de los asalariados", afirmó en una de sus conferencias de prensa. Y agregó que el reclamo sindical sobre este tema no tenía asidero sino que se trataba de "un tema político", porque desde el año pasado a hoy no se había incrementado la cantidad de aportantes.
Este discurso es el que viene enarbolando Cristina desde su ruptura con Hugo Moyano. Hace dos años, irritada por un paro de camioneros que desabasteció de naftas a las estaciones de Capital, la Presidenta había manifestado "qué injusta es la actitud de algunos y qué poco solidaria con lo que han logrado".
"Los conflictos no se arman porque la gente tiene hambre, sino porque les parece que es una injusticia contribuir con algo de lo que ganan para seguir sosteniendo los subsidios para pagar la deuda a nuestros jubilados", había afirmado Cristina.
El discurso oficial, a partir de ese momento, pasó a ligar a Ganancias con la financiación de la Asignación Universal por Hijo. En otras palabras, reclamar por el primero equivalía a cuestionar las políticas de redistribución de renta y la "inclusión social".
Pero acaso haya otros motivos que justifiquen la dureza que está exhibiendo el Gobierno: el año pasado, tras su revés electoral de las PASO, Cristina accedió a elevar el "piso" y la medida se reveló como un fracaso, tanto desde el punto de vista político como económico.
En las urnas, no sólo no le aportó votos sino que hasta fue interpretada como una "agachada", ya que estaba indirectamente dándole la razón a la oposición, que había hecho campaña con ese tema.
Para peor, dentro del propio kirchnerismo surgieron cuestionamientos en el sentido de que era una iniciativa que no beneficiaba al segmento de ingresos bajos, en el cual el kirchnerismo basaba su apoyo político, y que en cambio transfería renta hacia una clase media que rechazaba al Gobierno.
Esos críticos finalmente tuvieron razón: en las urnas, el castigo al Ejecutivo fue tan duro en las legislativas como en las primarias. Pero, peor aun, la justificación que en ese momento había dado el oficialismo era que el alivio implicaría un impulso a la economía, porque significaba volcar $4.500 millones para "lubricar" la maquinaria del consumo.
Sin embargo, lejos de tener un efecto reactivante, tal alivio en el impuesto no se reflejó en un incremento del nivel de compras sino que, argumentan los economistas, implicó una mayor presión sobre la inflación.
Ahora, todo indica que el Gobierno volvió a su postura clásica. La situación fiscal no le permite el lujo de resignar ingresos y, por otra parte, no está tan claro que pudiera sacar rédito político de una medida de ese tipo.
Por lo pronto, la situación parece clara: esa misma "nueva clase media obrera" -que el modelo K creó en los años de crecimiento- es la que ahora debe financiar la recesión, pagando un porcentaje cada vez mayor por el impuesto más odiado por los asalariados.