Foto: Martín Balcala |
El discurso oficial de recuperación de la educación pública se ve cuestionado por las cifras: de todos los alumnos que se incorporaron a la educación privada desde 1994, el 60% lo hizo con el kirchnerismo. Por qué, pese al abultado presupuesto, los padres cambian guardapolvos por uniformes para sus hijos. De escalera al futuro a espacio de supervivencia, de escenario de la diversidad social a un lugar donde todos se parecen, la escuela pública en la Argentina sufrió en la última década el deterioro del que es más difícil salir: la percepción negativa -o, al menos, preocupada- de buena parte de la sociedad, que en números crecientes busca refugio en la educación privada para sus hijos. En efecto, aunque se suele adjudicar al neoliberalismo menemista la destrucción de la escuela pública, y a la era kirchnerista la recuperación de la educación estatal, el fenómeno de los alumnos que migran a la educación privada se aceleró durante los años de gobierno K.
De los 850.000 nuevos alumnos incorporados a la educación privada entre 1994 y 2010 en el país, el 60% pasó después de 2003. Según muestra un trabajo de Mariano Narodowski -ex ministro de Educación porteño- y Mauro Moschetti, ambos investigadores de la Universidad Torcuato Di Tella, sobre la base de datos oficiales, entre 2003 y 2010, tiempo de gobiernos kirchneristas, aumento presupuestario para educación, entrega de netbooks y mejoras en la infraestructura escolar, esta "fuga" a las escuelas privadas se triplicó con respecto a los años 90: pasó del 7% que había mostrado entre 1994 y 1999 al 20,7% entre 2003 y 2010.
Este tránsito a las escuelas privadas -particularmente por parte de familias de clase media baja, que prefieren pagar una cuota accesible en escuelas parroquiales o privadas más económicas en lugar de mandar a sus hijos a la escuela pública de sus barrios- pone en evidencia un debate nunca profundizado: por qué el aumento de recursos para educación dispuesto desde 2003 y las leyes educativas modernizadoras de este gobierno no han logrado impactar en la vida de las escuelas ni reducir las desigualdades educativas.
Al cambiar el guardapolvo por el uniforme, los padres no buscan tanto que sus hijos aprendan mejor matemática o inglés, sino que lo hagan en días de clase que no se interrumpan por paros o ausencias docentes, con disciplina y mayor atención a cada chico, en instalaciones con gas y sin problemas. Significa, en otras palabras, escapar de una escuela pública que se percibe sin orden ni demasiado control, más insegura, que en los contextos más pobres deja entrar la violencia y la amenaza de la droga, y que no asegura el aprendizaje. Que la escuela pública aparezca hoy como centro de disputas entre adoctrinamiento político o participación, entre parodia o libre expresión, no hace mucho para cambiar esas percepciones.
"Durante un tiempo, los que se pudieron ir de la escuela estatal se fueron; ahora, es cada vez menos una opción para ingresar en el sistema", apunta a La Nacion Gustavo Iaies, director del Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP) y aporta una cifra: en 2003, el 22,5% de los chicos empezaba primer grado en una escuela privada; el año pasado, lo hizo el 38,9%. "La educación es más que entregar computadoras y dar inglés. Es saber que todos los días alguien recibe a los chicos, que tienen clases, que las escuelas funcionan. En los sectores más pobres, las escuelas privadas tienen un nivel de orden que las familias necesitan", dice.
La mirada tiene su parte de injusticia, claro: ni todas las escuelas públicas responden a este retrato, ni todas las privadas garantizan lo contrario. Pero la existencia de esta idea, que está instalada, es una señal de alarma: el lazo de lealtad que unía a la clase media y la escuela pública está roto, y por la peor de las razones: la desconfianza.
Según datos del Ministerio de Educación, en 2003, el 74,9% de los alumnos asistía a escuelas públicas; en 2006, lo hacía el 73,2%, y en 2010, el número se había reducido al 72%. Si se mira sólo la matrícula de las escuelas primarias, el descenso es más abrupto: del 79,4% en 2003 pasó al 78,6% en 2006 y al 75,1% en 2010.
Las escuelas privadas más demandadas son las que tienen cuotas más reducidas, en zonas de clase media y media baja, en el conurbano. No son pocas: aunque las casi 11.600 escuelas privadas del país tienen un abanico de cuotas que va desde 20 a 5000 pesos por mes, casi el 40% de ellas cobra menos de 500 pesos.
Palabra de los padres
La idea se confirma en las escuelas. En el Sagrado Corazón, en el centro de San Martín -de jardín a secundaria- no dejan de llegar alumnos de escuelas públicas. "Es gente que con esfuerzo prefiere mandar a sus hijos a un privado para que tengan continuidad de clases y apuestan a la educación como lo único que pueden dejarles", señala Mónica Pérez, directora del nivel primario, donde asisten 412 alumnos que pagan unos 270 pesos por mes.
Lo mismo sucede en el Colegio Sarmiento, de Ramos Mejía, un secundario de dimensiones pequeñas y cuota accesible (400 pesos), donde en los últimos tres años han recibido incluso grupos de estudiantes de escuelas públicas de la zona. "La cuota es de las menos caras, pero a la vez los padres vienen buscando una mejor educación en términos generales, que incluya disciplina, un trato más personalizado, días de clase que se cumplen", apunta el director, Sergio Laurenza.
En Mataderos, el Colegio Evangélico Nueva Chicago recibe a muchos padres que, al cambiar allí a sus hijos, "mencionan el ambiente y la violencia en las escuelas estatales, y dicen que buscan una mirada más atenta del docente. Otros notan, en conversaciones con familiares y amigos, que hay diferencias en el aprendizaje de sus hijos", explica Aimy González, la directora de la escuela, con 270 alumnos -algunos del conurbano, otros de Ciudad Oculta, dice- y una cuota de 590 pesos. "Somos la única escuela con este régimen en la zona. Son 8 horas en la escuela y eso es muy valorado", afirma.
También piensan en ampliaciones en el colegio San Martín de Porres, cercano a un barrio muy humilde en San Martín. Abarca desde jardín maternal a secundaria, e incluye primario y secundario de adultos. La cuota cuesta 70 pesos por mes. "Cada nivel se fue abriendo para responder a una necesidad del barrio. No creo que nos elijan en desmedro de las estatales. Estamos todas a disposición. Aquí llegan, a veces, cuando no hay vacantes en las estatales más cercanas, aunque es cierto que nos reconocen porque trabajamos bien desde lo pedagógico y seguimos de cerca a los alumnos", apunta la directora del primario, Graciela Ibieta.
No es fácil ampliarse. Para las escuelas privadas -un universo heterogéneo y algo opaco para los padres que deben tomar decisiones-, hacer frente a la demanda creciente no es fácil. "Hay zonas en la que ya no puede crecer la oferta. En Capital o Gran Buenos Aires, poner una escuela privada nueva, a los valores de terrenos, es prácticamente imposible. Sí se puede ampliar un edificio, pero es prohibitivo comprar terrenos", apunta Andrés Sirotzky, director de la consultora Redes, que trabaja con colegios privados.
Esta sensación de orden se contrapone a la incertidumbre que generan muchas escuelas públicas. "En estos años la plata se fue en salarios, libros y edificios, pero hay un problema de clima escolar", apunta Iaies. Se refiere, por ejemplo, a la dificultad de que en las escuelas públicas se generen equipos de trabajo estables en el tiempo. El Observatorio de la Educación Básica, integrado por el CEPP y la UBA, realizó una encuesta en directivos y docentes de 550 escuelas de todo el país. Mientras que en las primarias estatales el 50% de los directores tiene 5 años o menos de antigüedad, en el sector privado el 51% cuenta 16 años o más en el cargo, y mientras el 62% de los docentes estatales están en su cargo hace 5 años o menos, está en esa situación el 42% de los privados.
La calidad educativa en las escuelas públicas, al parecer, ya no es un producto del sistema, sino el logro institucional de algunos colegios, por propio impulso. Y la mayoría de los mejores no están en las zonas más desfavorecidas. Así, en la Argentina desigual la situación se da vuelta: si para un sector de la clase media, elegir una escuela pública -"una buena", se suele aclarar-, puede ser un signo de progresismo que se remarca en público, para los que hacen esfuerzos para no caer del sistema, la escuela privada puede ser la diferencia entre "salvar" a un hijo o condenarlo al descenso social.
Hay quienes sostienen, sin embargo, que este pasaje de alumnos es, al revés, un efecto del crecimiento económico. "Lo que explica el crecimiento de la educación privada es la mejor capacidad de consumo de los sectores medios. Cuando el ingreso de los sectores medios y medios bajos mejora, eso se destina a alimentación y educación", dice el senador oficialista Daniel Filmus, ex ministro de Educación. Si se creyera que la educación pública es buena, ¿no se la elegiría aún con capacidad de pago? "Cuando se elige una escuela privada porque se cree que allí hay mejor calidad educativa, hay una cuestión cultural que va a costar cambiar. Con las políticas de inversión, netbooks o infraestructura se trabaja para modificar eso."
Algo parecido opinan en el gobierno porteño. En la ciudad de Buenos Aires, las cifras de matriculación en escuelas estatales muestran que, tras caer sostenidamente desde 2003 a 2008 -de 335.240 chicos a 312.192 para todos los niveles-, en ese año comenzó una recuperación. "Tiene que ver con la política de trabajo de más oferta en el nivel inicial, idioma inglés obligatorio, y el Plan Sarmiento de reparto de computadoras con un plan pedagógico que las acompaña. Esas políticas instalan en el imaginario de los papás que la escuela pública no está en inferioridad de condiciones", dice Silvia Montoya, directora general de Evaluación de la calidad educativa del Ministerio de Educación porteño.
La distinción público-privado, sin embargo, también puede ser engañosa. "No sólo hay segregación dentro del sector privado, en función de las cuotas, sino dentro del sector público. Se ha vuelto natural que los supervisores sepan que en un distrito hay escuelas estatales buenas, otras donde van los repitentes, otras pobres. Eso, en un contexto de fragmentación social y sin políticas para contrarrestar las prácticas de selección que hay en escuelas públicas y privadas", dice Cecilia Veleda, codirectora del Programa de Educación de Cippec y autora del libro La segregación educativa (La Crujía).
En el libro, recogió las representaciones de padres de clase media sobre la escuela en zonas del conurbano. "Encontré una abierta preferencia por el sector privado, pero con diferentes fundamentaciones. En la clase media baja, se cree que garantiza las condiciones básicas de escolarización, asegura buen trato y cuidado de los chicos, y los preserva del contacto con las familias más pauperizadas -dice-. En la clase media media, además, aparece una afinidad cultural con el resto de los padres. Y en la clase media alta, se habla de 'calidad educativa', que en general equivale a un buen nivel de inglés."
Desconfiar del Estado
Al tratar de explicar por qué, en diez años, las políticas oficiales no parecen estar impactando en las percepciones sobre las aulas, se cita una crisis de confianza más general en la eficiencia del Estado, que pasó por los hospitales y la seguridad para desembocar en el último bastión de la Argentina de la movilidad social: la escuela. "La crisis de 2001 generó una gran fractura que rompió los lazos sociales y que no fue contrarrestada por el crecimiento económico, sobre todo en los contextos más complejos", agrega Veleda. "A pesar de todas las políticas valiosas de estos años, la deuda de la calidad educativa sigue presente. Hacen falta políticas más incisivas, como mejorar el sistema de evaluación, los concursos de acceso a los cargos jerárquicos en las escuelas, la formación de docentes."
Esta división en escuelas cada vez más iguales tiene consecuencias. "Si la educación pública no es un espacio clave para el encuentro entre sectores sociales, se reducen proporcionalmente las posibilidades de garantizar ciertos niveles de integración social", advierte Veleda, y apunta otro efecto: "Los países con más diversidad social logran mejores resultados educativos. Los alumnos también aprenden del grupo. Cuando hay más homogeneidad social en un aula, los chicos más desfavorecidos se perjudican ampliamente."
Según apunta el ex ministro de Educación Juan Llach, "aun dentro del sector estatal hay diferencias abismales entre escuelas. En la prueba PISA, la Argentina resultó ser el país -entre 67- en el que las diferencias de aprendizajes de los alumnos están más determinadas por las desigualdades entre escuelas. Hay una inexplicable resistencia de las autoridades educativas a dar real prioridad a las zonas que más lo necesitan".
Mientras tanto, si usted, como muchos argentinos, cree que la educación en el país es mala, pero la que recibe su hijo es muy buena, piense otra vez. Creer que en la Argentina un chico se salva por ir a la escuela privada puede ser un error. Nadie se salva en un país fragmentado y con puentes rotos para cruzar a un lugar mejor.
EN CIFRAS
Menos guardapolvos
En los últimos diez años, descendió el porcentaje de chicos en las escuelas públicas, una disminución aún más pronunciada en el nivel primario. Más de un cuarto de los alumnos argentinos va a una escuela privada.
2003: 74, 9%
en 2006: 73,2%
2010: 72%
MAS UNIFORMES
Las cifras de crecimiento de la cantidad de alumnos en escuelas privadas muestran que durante los años de gobiernos kirchneristas la matrícula creció a una tasa tres veces mayor que en los años 90.
1994/1999: 7,3 %
1999/2001: 7%
2001/2003: 0,9%
2003/2010: 20, 7