LA ÚLTIMA ELECCIÓN Y UNA ENSEÑANZA A TENER EN CUENTA
Hay una vieja anécdota de Perón en un reportaje español cuando le pregunta el periodista: “¿General, cómo se divide el panorama político argentino? Mire, hay un 30% de radicales, lo que Uds. entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas. Pero, General, ¿y dónde están los peronistas? ¡Ah, no, peronistas son todos!”
La última elección nacional de hace unos días mostró que ese diagnóstico del viejo Perón cambió. Hoy hay, a grandes rasgos, un 15% de radicales (liberales del siglo XIX), un 15% de socialistas (también dependientes siglo XIX). Otro 15% de conservadores (partidarios de Duhalde y Rodríguez Saá), un 5% de la izquierda (del siglo XIX). Y un 50% de kirchneristas, partidarios del matrimonio Kirchner, que gobiernan Argentina desde hace ocho años.
Este es el hecho bruto y hay que aceptarlo. El oficialismo gobernante ofreció al electorado un comando unificado, un discurso progresista y once millones y medio entre empleados del Estado, las provincias y los municipios, más los planes “descansar”, y los subsidiados de todo tipo (piqueteros, estudiantes crónicos, padres de múltiples hijos de múltiples matrimonios, madres, abuelas, hijas y nietas de Plaza de Mayo, combatientes truchos de Malvinas, obreros y empleados de empresas fundidas intentando reciclarlas, obras sociales de gremios fraudulentos y un largo etcétera). Mientras que la oposición nunca fue tal, sino sólo tuvo una multitud de opositores que confundieron el enemigo principal con el secundario.
Así, Duhalde dos días antes de la elección lanzó, con bombos y platillos una revista de pensamiento denominada “Consensos”, como si estuviera él gobernando, en lugar de plantear un “disenso claro y distinto” al gobierno kirchnerista que buscaba desalojar.
El kirchnerismo triunfó porque su discurso supo interpretar al “nuevo hombre argentino o al argentino del siglo XXI”. Este hombre no corre riesgos ni tampoco tiene ideales, sólo tiene intereses personales y sobre todos económicos. Este hombre dejó de destacarse por algún rasgo específico como pretendían nuestros próceres de antaño y de hogaño como Rosas, Hernández, Juan Agustín García, Ernesto Quesada, Ricardo Rojas, Lugones, R. Sáenz Peña, Yrigoyen, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Perón. Hoy el hombre argentino ha cambiado, ha dejado de ser lo que era. Es otra cosa, es distinto y al mismo tiempo mucho más igual, más homogeneizado al “hombre universalista de pensamiento único”. (Veamos Tinelli, Casella o Fantino y saque cada uno sus conclusiones).
Es cierto que las diferentes estrategias electorales de la oposición fueron erróneas como ya vimos, pero su derrota aplastante tiene otra explicación y es que no se percataron que desde la debacle económica-política del 2001 se produjo un cambio sustancial en el arquetipo, ideario y convicciones del hombre argentino y a éste no se le puede pedir ya más “peras al olmo”.
Todo el discurso de los tres quinces por ciento fue un discurso viejo, del pasado, vinculado el desastre y quiebra que padecimos en el 2001, cuando el pueblo salió a la calle a gritar: “que se vayan todos”. Y estos quisieron volver y el pueblo les dijo: no, con un cachetazo formidable de votos.
Ahora tenemos kirchnerismo para cuatro años más, con lo completará un período de doce años de gobierno ininterrumpido, que se transformará en el mayor de la historia política argentina bajo un mismo color partidario.
El poder de Cristina Kirchner se multiplicará en una especie de “totalitarismo democrático” y la corrupción desde el Estado también, pues como afirmó lord Acton: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. (Bandieri, que no es tonto, ya la dibujó como una reina).
Esta última elección ha confirmado que el kirchnerismo es la ideología política dominante en Argentina, pero, ¿qué es tal ideología? Abreva de entrada en el peronismo, del que rápidamente se desprende, bebe en las fuentes de la socialdemocracia europea, sobre todo española (González y R. Zapatero), adopta el discurso progresista que presenta el pensamiento único y políticamente correcto (así es abortista, partidario del matrimonio gay, alquiler de vientres en Estados Unidos para hijos de homosexuales, permisividad educativa regida por la ley del laissez faire, garantismo jurídico, tinte marcadamente anticatólico, manejo de la inseguridad como política de Estado para control de la población por el temor, culturalmente antiespañol (compró la leyenda negra), indigenista (compró el genocidio de Roca) ilustrado europeizante (compró a Morin, Laclau, Augé), y un largo y claro oportunismo en todas las decisiones políticas, que pueden cambiar de la noche a la mañana sin aviso previo).
Eliminado el sistema de lealtades sobre el que se construyó la Argentina moderna: lealtad a la mujer y a la familia, a la tradición nacional, a los valores patrios, a la revolución peronista que quedó inconclusa. Eliminados el sistema de valores que construyeron al “viejo argentino”, valor al trabajo, a la palabra empeñada, al ahorro, al aseo, a la modestia, a la revolución que no pudimos completar con Sáenz Peña, Irigoyen y Perón. Solo queda este “nuevo hombre” motivado por sus propias y pequeñas cosas, en sus intereses más bajos, al que le cuadra perfecto la ideología kirchnerista y el mundo de disvalores que representa.
Hay que aceptarlo, aunque no nos guste, pero hombre “nacional y popular” del que hablaron toda la vida el peronismo y el nacionalismo no existe más y si existe es una ínfima minoría que apenas llega a un 15%. Pero además esta, es una minoría confusa y confundida. Confusa porque sus propios intelectuales y agentes políticos no saben bien lo que quieren. Intelectuales que abrevan en las fuentes ideológicas del progresismo socialdemócrata de un Edgar Morin, que es una de las fuentes del kirchnerismo y agentes políticos que ponen como candidatos de primera línea a nombres como Ruckauf, desprestigiados y despreciados por el pueblo peronista.
En la vida no hay que ser un renegado ni perder las esperanzas aun cuando las circunstancias sean adversas. Y en este caso no podemos renegar del masivo voto popular a la candidatura de Cristina Kirchner y esperemos simplemente que este tercer gobierno sea mejor que los anteriores por el bien de nuestro propio pueblo, y que realice un gobierno de respeto a la voluntad de las mayorías nacionales y no a favor de grupos, sectores o lobbies. Porque lo que es hasta ahora, hizo como el tero, gritó en un lado y puso los huevos en otro. Criticó a los grupos concentrados de la economía y las finanzas pero gobernó, de hecho, con y a favor de estos grupos.
En el mientras tanto, nosotros, y los pocos criollos que vamos quedando, desensillaremos hasta que aclare porque vislumbramos que vamos a tener nubarrón para rato.
Los hombres y mujeres que quedan del peronismo auténtico se tienen que asumir como una minoría, que como me observara ya en 1988 ese gran nicoleño que es Roberto Karaman, tiende a desaparecer.
Alberto Buela