Jugó fuerte para ser sede de los juegos olímpicos y no le alcanzó. Todo el despliegue personal de Barak Obama para dicha ocasión, hacía presuponer una dura selección con muchas posibilidades de quedársela Estados Unidos de Norteamérica. No fue así y los cariocas invadieron las calles de sus ciudades para festejar un nuevo triunfo diplomático. A los pocos días el presidente yanqui se hace acreedor del premio Nobel de la paz. Pueden suceder dos cosas: que el Nobel esté absolutamente degradado o que ya se lo dan a cualquiera con su correspondiente lobby. O las dos cosas juntas. No se puede premiar a nadie por las intenciones. Y mucho menos por los discursos. Norteamérica, como la mayoría de las potencias mundiales, tiene mucho para desandar en torno a la guerra. El mantenimiento escandaloso de tropas en muchos países a costa de tanta muerte ajena y también propia, descalifica a cualquiera. Los planes de rearme a la vista de muchas naciones hacen prever un horizonte mundial en llamas. ¿Cómo se pudo haber jugado tan frívolamente en un tema donde cualquier estadista siempre está a un paso del conflicto. Quizás para el Nobel, haya conflictos armados y sustentados por las potencias que son justos y necesarios. Si fuese así, estaríamos al borde de alguna conflagración justificada por algún presidente premiado y “pacifista”. La historia de don Nobel, inventor de la dinamita con fines exploratorios en minería y que derivara en un devastador explosivo bélico para el siglo diecinueve, fue precisamente cierta culpa por el monstruo que había creado y que lo llevara a congraciarse instituyendo dicho premio. Convengamos que hoy día el horror de la guerra se ha perfeccionado como nunca en la historia de la humanidad. Estados Unidos está a la cabeza, entre otros, del avance tecnológico para la muerte en guerra, y de las otras también. Más allá de los dichos y modos, no hubo ninguna medida de desaliento y condena de la industria armamentista que al menos justificara semejante y quizás extemporánea distinción.
HANNAH ARENDT
En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".
viernes, 9 de octubre de 2009
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