HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

lunes, 10 de diciembre de 2012

SOBRE OBISPOS, TRIBUS, Y UN ROSTRO ÁSPERO Y JUDÍO

Por Diego Fonti*/La Voz .-La tradición monoteísta comienza luchando contra todo ídolo de la tribu, y el primer ídolo siempre es religioso. Suele tener importancia a la hora de abordar el fenómeno religioso la distinción entre religión y religiosidad. Esa distinción es importante para académicos, pero a menudo carece de interés en la experiencia vivida de muchas personas. Cuando uno aborda el fenómeno al mismo tiempo como académico y como uno de tantos que intentan leer su vida y la historia a la luz de aquel de rostro “áspero y judío”, el requisito de objetivación del fenómeno se vuelve imprescindible e imposible a la vez. El análisis del fenómeno religioso no es, como en la filosofía de manual, parte de la “metafísica especial” sino un modo de comprensión de la praxis vital humana. Por eso está cerca de los demás campos de la filosofía práctica (ética, estética, política y economía, según los clásicos), lo que explica también las dificultades a la hora de enunciar las particularidades de cada uno y los vínculos –legítimos e ilegítimos– entre ellos. Quizás estas nociones sirvan para enmarcar una opinión acerca de la reciente polémica surgida por el documento de Adviento, del Episcopado Argentino. 

Teología política

Toda teología involucra una política. Incluso las posiciones “espiritualistas” o que se pretenden desapegadas de las preocupa­ciones prácticas suponen una posición respecto de lo público. Siempre vale recordar la frase 
de Gandhi: “Los que afirman que la religión nada tiene que ver con la política, no saben lo que es la religión”. Menos aún las religiones denominadas “históricas”, cuyo contenido no es una metafísica sino una doctrina que incluye la transformación del mundo. No es sino parte de la estructura misma de la teología que los y las creyentes hablen de política y la hagan. Por eso también muestran una limitación en su comprensión las afirmaciones sobre “la Iglesia” como cuerpo genérico y homogéneo. Al mismo colectivo han pertenecido, en nuestra lamentable historia reciente, víctimas y ­victimarios, los torturados, 
sus torturadores, quienes acallaron esos hechos y quienes los expusieron, dando también su vida para acabar con esas aberraciones. 

Ídolos. 

La tradición monoteísta comienza luchando contra todo ídolo de la tribu, y el primer ídolo siempre es religioso. Empieza ha­ciendo lo que en otra tradición 
se llama “autocrítica” (no es casual que un conocido represor dijera que no hace “autocrítica” porque es un término marxista, cuando en realidad también podría corresponder a la tradición cristiana ortodoxa). Los ídolos son múltiples y la obligación de desmitificar es constante. Nada excede a la crítica, porque ninguna concreción histórica (religiosa, económica, política) realiza plenamente la exigencia fundante: un mundo de iguales, hermanos, libres. Por eso es aceptable, en el marco de esa tradición, la crítica a toda situación de desigualdad, injusticia y opresión. También por eso se entiende que Dios esté del lado del “pobre, el huérfano y la viuda”, figuras bíblicas por antonomasia del sufrimiento social. La legitimidad de la crítica ­
se funda en la autocrítica, en el ­reconocimiento de ser parte y causante de las injusticias constatadas. Esta autocrítica no se halla en el documento recientemente publicado. Pero hay algo más que no se halla. En la serie de enumeraciones de peligros se afirma el riesgo de división irreconciliable. ¿Acaso las diferencias económicas no son una injusticia que clama, incluso si no tienen un emergente visible? ¿Es menos grave la violencia si no se manifiesta en discusiones y enfrentamientos y sólo se padece en los cuerpos de los que de todos modos nunca serán vistos ni oídos? ¿Sería reconciliación el olvido o el silencio? Si autocrítica y crítica son imprescindibles, también lo es su publicidad, o sea que su campo es la arena política. Por eso la afirmación episcopal sobre la “felicidad del dar” corre el riesgo de transformar la justicia en algo “a voluntad” y no en lo que es: una exigencia que es ideal político y parte de lo mejor de las tradiciones monoteístas. 

* Vicerrector académico de la Universidad Católica de Córdoba e Investigador de Conicet

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